Como toda ciudad sudamericana, los alrededores de la capital están dominados por cinturones de pobreza. La mayoría se originó de tomas ilegales, en terrenos polvorientos donde la gente ha construido precarias construcciones, muchas de ellas sin ventanas ni techos. Las más desfavorecidas se aprecian en los cerros, ganándole espacio al desierto, entre dunas de imposible acceso. Esa es la Lima pobre, la Lima chola. Al cruzar distritos como San Isidro o Miraflores surge la otra Lima, la Lima blanca, la de los restaurantes de diseño y los surfistas, donde abundan los Starbucks, las joyerías y los condominios con vista al mar. El centro de la ciudad es el punto donde convergen en cierta forma ambos mundos y uno puede toparse en las atestadas calles que rodean la Plaza de Armas con indígenas vendiendo coco y trozos de piña y ejecutivos trajeados que van por su pisco sour al Hotel Maury, supuestamente el lugar donde un barman creó el famoso brebaje. Frente a la catedral una pareja de recién casados se toma fotos. Niñas en uniforme escolar gritan para hacerse oír en medio del bullicio. Quizás lo que hace de Lima un lugar distinto a Santiago o Buenos Aires sea la luz. Una especie de luminosidad brillante, pero pastosa, como si estuviésemos mirando entre nubes. No es smog, sino bruma. Una sensación térmica que recuerda el inicio de Conversación en la Catedral , la novela cumbre de Mario Vargas Llosa, cuando el protagonista mira la ciudad 'sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?'. La pregunta la hizo Vargas Llosa en 1969. Han pasado casi cuatro décadas y muchas cosas han cambiado desde entonces. A Lima la siguen llamando, con poca justicia, 'la horrible', un 'monstruo de cuatro millones de cabezas' que hoy, sin embargo, llegan al doble. Pero igual tras el mediodía gris se observa una gran efervescencia. En realidad las preguntas que surgen ahora son otras. ¿Puede estar jodido un país que lleva 70 meses de crecimiento y que este año espera expandirse un 7,5 por ciento, muy por arriba de Chile? ¿Se puede ser pesimista con una economía que muestra una vitalidad sin parangón en el continente, con una industria que es líder en varios sectores? Dejemos que el propio Vargas Llosa sea el que responda: 'Confieso que estos meses que he pasado en el Perú me han dejado mucho más esperanzado que en otros viajes. Este sentimiento no se debe tanto a las buenas estadísticas, sino a la sensación de que algo profundo parece haber cambiado en la cultura del país. Habría que ser ciego para no verlo', escribió la semana pasada. Treinta y ocho años separan aquella mirada fúnebre y la renovada esperanza que Vargas Llosa declara hoy. Es 'otro país', dice el autor. Y no se puede sino estar de acuerdo. En Chile hace tiempo que nos miran con una mezcla de admiración y sorpresa lo que está pasando en Perú. Luego del temor que provocó el posible triunfo de Ollanta Humala en las elecciones presidenciales, la sociedad parece decidida a dejar atrás el populismo y la demagogia, dos males de los cuales el país recién comienza a recuperarse: hace poco el PIB per cápita superó los niveles de 1975 y podrá este año igualar las cifras de Chile de principios de los 90.
El propio Alan García ha dado muestras de haber aprendido la lección. De ser recordado como uno de los mandatarios más funestos de los 80, ha pasado a convertirse en modelo de pragmatismo y moderación. Una proeza política la suya. 'Hay gente que piensa que ahora Alan está haciendo un gran gobierno de derecha', comenta Ricardo Vega Llona, destacado empresario y político liberal, que asesora al presidente. Por supuesto, este círculo virtuoso tiene claroscuros.
El 50% de nuestra población vive bajo la línea de la pobreza y la indigencia alcanza a la sexta parte de los peruanos. La distancia –económica, cultural, política– entre la costa y la sierra sigue teniendo mucho de muralla infranqueable. Son mundos aparte. Uno moderno, el otroanclado en la prehistoria. Para qué hablar de la extensa región amazónica, donde mandan el narcotráfico y un centenar de ex senderistas que trabajan como sicarios. Allí, el Estado prácticamente no existe. Si bien la economía peruana en los 80 y 90 fue una montaña rusa, a partir del 2000 comenzó una fase expansiva que esta vez promete ser más prolongada y menos zigzagueante. La mejor de la historia, dicen los optimistas. Lo que preocupa a muchos es que tal bonanza aún no alcanza para todos. Se calcula que entre el 2001 y 2009 un millón de peruanos habrá dejado la pobreza. ¿El vaso medio lleno o medio vacío? Fuera de estas señales, hay otros signos positivos. La gastronomía experimenta un auténtico boom y se ha convertido en una inmejorable carta de presentación. Menos explosiva, pero igualmente llamativa, es la irrupción de una camada de escritores peruanos que está dando que hablar y haciéndose oír en el continente. Todas razones más que suficientes para viajar a Lima y comprobar cuánto hay de espejismo y cuánto de realidad en el llamado 'milagro' peruano. Esta es la crónica de una visita intensa y llena de contrastes, por un país hermano, extraño, fascinante e impredecible. En todas las familias los hay.
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3 comentarios:
muy buen artículo! Dr. Will
de veras es muy interesante!
muy buen artículo! Dr. Will
de veras es muy interesante!
jajajaja
ya ves walter a que lleva la copia. Ahora algunas personas piensasn que los escribiste tù.
Joel
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