Internet es un espacio de relación social y comunicación directamente vinculado con lo que hacemos en nuestra vida. Es, de forma creciente, un medio fundamental de nuestra vida social, de nuestro trabajo, de nuestras empresas, de nuestro sistema educativo, de nuestras instituciones, exceptuando los grupos de edad más avanzada a los que hay que dejar tranquilos si no quieren alterar sus hábitos de vida para adaptarse a un mundo que fundamentalmente no es el suyo (otra cosa es que tengan el derecho y la oportunidad de digitalizarse si así lo quieren).
De modo que los usuarios más activos y frecuentes de Internet, cuando se comparan con los no usuarios, son personas más sociables, tienen más amigos, más intensidad de relaciones familiares, más iniciativa profesional, menos tendencia a la depresión y al aislamiento, más autonomía personal, más riqueza comunicativa y más participación ciudadana y sociopolítica.
Estamos muy lejos de la imagen generalizada en la percepción de la sociedad, y por tanto de los medios de comunicación, del internauta activo como un ser cortado de la realidad, aislado en el mundo virtual, incapaz de vivir una vida normal de relación y, en definitiva, medio chiflado y potencialmente peligroso.
Sensación de peligro que se extiende a Internet como universo poblado de virus, pederastas, spam, porno, falsedades, hackers, crackers y otras gentes de mal vivir. Que todavía esté difundida esta imagen deformada y errónea, a pesar de toda la evidencia contraria, en un mundo en el que hay más de mil millones de usuarios de Internet.
¿De dónde, entonces, proviene esta disonancia cognitiva? En parte, existe un sesgo de los medios hacia la publicación de informaciones alarmantes por aquello de que sólo es noticia lo que son malas noticias; por ejemplo, que nuestro equilibrio mental y el de nuestros hijos están gravemente amenazados por las tecnologías. Pero no hay que echar la culpa a los periodistas que, simplemente, reflejan el sentimiento de la sociedad y también las rotundas afirmaciones de una serie de seudoexpertos desconocedores del nuevo entorno, que lo denuncian sin datos rigurosos aprovechando un contexto en el que las tertulias sientan cátedra en mucha mayor medida que la academia.
En realidad, estamos ante algo más profundo: el rechazo de las personas mayores, de las elites de poder y de las instituciones y organizaciones de la vieja sociedad a las tecnologías, culturas y modos de relación de la sociedad que nace y que ya vive plenamente en los jóvenes. Y es que Internet es, ante todo, instrumento de libertad y espacio de comunicación autónoma.
Y como el poder, desde siempre, se ha fundado en el control de la comunicación y la información, la idea de perder ese mismo control resulta simplemente insoportable. Tanto en la política como en los medios de la comunicación de masas -la televisión tradicional sobre todo- o en la industria cultural basada en el monopolio de los productos culturales con fines de ganancia. Pero como a decir verdad no se puede prescindir de Internet, se intenta acotarlo en sus usos y deslegitimarlo en su desarrollo en las nuevas formas, aun más potentes, del Web 2.0, como YouTube o Second Life, además de buscar, con escasa eficacia, formas de censurar y reprimir.
Y debido a que la gente de mayor edad se siente insegura en un mundo en el que la comunicación y la información dependen de tecnologías que les son ajenas y que, en cambio, son el entorno natural de sus nietos, existe una gran masa susceptible de ser influenciada por las historias de horror acerca de la red.
De hecho, nuestra encuesta muestra que el miedo a Internet existe, sobre todo, entre quienes nunca lo han usado. Es ese miedo a lo desconocido sustentado en los intereses comerciales y políticos que Internet pone en cuestión con su dinámica de autonomía y libertad, factor que alimenta el temor a la virtualización de nuestras vidas y convierte en titular el resultado más banal de nuestra investigación: que nuestra existencia es a la vez virtual y presencial, que las dos dimensiones se entreveran en todas nuestras prácticas y que la ampliación de nuestras posibilidades de expresión extiende y enriquece nuestro ser social.
Bienvenidos al mundo que ya es el nuestro, bienvenidos a la cultura de la virtualidad real.
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