Este es un artículo interesante escrito por un periodista peruano llamado Marcel Velásquez Castro, que nos pareció trascedental de poder compartirlo con ustedes:
La miseria humana es infinita. Si degradación y perversión se conjugan con poder político, la contribución a la historia universal de la infamia es inevitable. Las repúblicas latinoamericanas han engendrado desde sus orígenes personajes que combinaron eficazmente represión y dádiva, orden e injusticia, omnipotencia política y miseria moral, asesinato y robo, adhesión del pueblo y complicidad de las elites.
Mis monstruos preferidos, en estricto orden cronológico, para no herir susceptibilidades regionales, son José Gaspar Rodríguez de Francia (Paraguay), Juan Manuel de Rosas (Argentina), Porfirio Díaz (México), Juan Vicente Gómez (Venezuela), Rafael Leónidas Trujillo (República Dominicana), Augusto Pinochet (Chile) y Alberto Fujimori (Perú).
La fiscal de la Corte Suprema de Chile, Mónica Maldonado, recomendó extraditar a Perú al ex presidente Alberto Fujimori por diez cargos de corrupción y dos de violaciones a los derechos humanos. Para intentar evadir a la justicia peruana, Fujimori está postulando a la Cámara de Consejeros de la Dieta japonesa en la lista del partido Kokumin Shinto (Partido del Pueblo). El líder de esta minoritaria agrupación conservadora, Kamei Shizuka, lo ha llamado "el último samurai" y confía en que "sabrá otorgarle vigor a la sociedad japonesa que carece de valor, confianza y benevolencia".
¿La conducta de Fujimori encarna las virtudes del samurai? ¿Es el ex presidente peruano un guerrero globalizado que lucha por antiguos y nobles ideales? ¿El fujimorismo se convertirá en la primera ideología peruana de exportación?
El bushido significa literalmente "camino del guerrero" y es un antiguo código de conducta y sistema de valores que se reformuló y articuló plenamente en el siglo XVII en el Hagakure de Yamamoto Tsunetomo, bajo el Shogunato de Tokugawa. Existen siete virtudes que forman un complejo tramado moral que guiaba la conducta de los nobles samuráis: rectitud, coraje, benevolencia, respeto, sinceridad, honor y lealtad.
La rectitud implica honradez y justicia, práctica constante que deviene en decisiones correctas. Quizá el mayor legado cultural del gobierno de Fujimori es la legitimación de la pendejada, el imperio del más fuerte que no sólo goza con la transgresión, sino que la transforma en espectáculo para todos. Convertir la deshonestidad y la injusticia en las formas preferidas de la sociabilidad nacional fue, lamentablemente, una tarea fácil.
La cuota de coraje del siniestro personaje que sonríe de medio lado se ha manifestado en innumerables ocasiones. Cuando afrontó un contragolpe en noviembre de 1992, intentó refugiarse en la embajada de Japón, vivió durante meses en una instalación del Servicio de Inteligencia Nacional y tuvo la valentía de ordenar la detención y tortura de su propia esposa. Sin embargo, el acto emblemático fue su renuncia mediante fax desde Japón a la Presidencia de la República cuando su régimen se desmoronaba y él debía asumir su responsabilidad política.
La benevolencia implica la capacidad de desarrollar un poder que debe ser utilizado en beneficio de todos. Durante sus dos gobiernos, el ciudadano peruano/japonés concentró un poder descomunal: militares, empresarios, jueces, periodistas y legisladores formaban parte de la corporación de servilismo más grande de nuestra historia. En múltiples ocasiones, Fujimori utilizó los recursos de la gestión pública y las millonarias sumas de las privatizaciones para beneficio de su red política y su entorno familiar.
El samurai se gana el respeto y la admiración de quienes lo conocen por su trato respetuoso con todos, incluso con sus enemigos. Los inexpresivos ojos de Fujimori escondían una constante práctica amoral y perversa: obtener las deseadas metas económicas o políticas sin importar los medios (manipulación de sus incondicionales o costos humanos). Nunca fue el respetado líder que encarna los ideales de una comunidad, sino el fantoche que yuca en ristre generaba temor, complicidad, y adhesión irracional.
La sinceridad alude a la unidad entre palabra y acción. Un samurai mentiroso es como un tamarindo amargo, una antítesis. Fujimori mintió una y otra vez, destrozando simultáneamente la sintaxis del español y la validez de las palabras. Las mentiras comenzaron antes de que sea presidente; sólo menciono las más pintorescas: "estoy intoxicado por comer bacalao, en consecuencia no podré presentar mi plan de gobierno", "los jefes senderistas recluidos en Cantogrande murieron combatiendo", "Montesinos era mi asesor, pero yo no sabía todo lo que él hacía".
El honor es un atributo inherente al samurai. El guerrero que porta dos espadas evalúa constantemente sus acciones porque sabe que su trayectoria vital dibuja también un sendero moral que solo él conoce plenamente. Nuestro sinuoso y desconfiado personaje no dudó en autorizar acciones propias de una guerra de baja intensidad. El 3 de noviembre de 1991, el célebre grupo Colina incursionó en una quinta de Barrios Altos, donde ejecutaron a quince civiles, entre ellos un niño de ocho años. El mismo grupo paramilitar ingresó a la Universidad Nacional de Educación (La Cantuta), y allí secuestró y asesinó a nueve estudiantes y a un profesor el 19 de julio de 1992.
La conducta del samurai expresa la forma más alta de la lealtad. Es leal hasta la muerte tanto con su señor como con aquellos que están bajo su mando. En su carrera política, Fujimori traicionó a sus colegas evangélicos, a los apristas que le dieron su voto en la segunda vuelta electoral de 1990, a su propio hermano Santiago Fujimori, y, finalmente, abandonó a su suerte al sostén de su gobierno, Vladimiro Montesinos, y a su propia hija Keiko Fujimori, que fungía de Primera Dama en tiempos de la caída.
Redes de corrupción, torturas, asesinatos, desaparición forzada de personas, robos, narcotráfico, venta ilegal de armas, espionaje telefónico, soborno a parlamentarios por su "pase" a las filas del gobierno, peculado, compra del apoyo incondicional de medios de comunicación (televisión y periódicos), malversación de fondos, campañas de difamación, enriquecimiento ilícito, chantaje... Cualquier código penal del mundo puede palidecer ante los crímenes cometidos individualmente y como equipo por la dupla Fujimori/Montesinos entre 1990 y 2000.
El fujimorismo no es una ideología, ni siquiera una doctrina; es un conjunto de clisés neoliberales sazonados con populismo autoritario. Sus partidarios en el Perú deben reconocer que el culto obcecado a una personalidad que apesta a cadáver político no es exportable. Como el personaje de Borges, el incivil Maestro de Ceremonias Kotsuké No Suké, Alberto Kenya Fujimori Fujimori es "varón inaccesible al honor"; por ello, si se convierte en senador japonés, su estela de sangre y corrupción manchará al Imperio nipón. En dicho escenario, Fujimori obtendrá el triste mérito de ser el primer tirano latinoamericano que extiende su ignominiosa sombra en las dos orillas del Pacífico.
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