domingo, 1 de julio de 2007

Aló con Europa, Por Favor???

Se atribuye a Henry Kissinger, el ex secretario de Estado norteamericano, el haber dicho alguna vez: “Usted dice Europa, ¿pero qué número debo marcar?”. Así quiso subrayar la ausencia de un interlocutor preciso para tratar los temas internacionales. La ironía marcó a fuego a muchos dignatarios del Viejo Continente: durante décadas los europeos se han esforzado en construir una institucionalidad que les permita hablar con una sola voz. Todo debía culminar con la adopción de una Constitución que, se supone, regiría los destinos de los 27 Estados miembros. Para eso era necesario que cada país la aprobase en un referéndum. Pero eso no ocurrió y el proceso fue descarrilado por los sendos rechazos en las urnas de Francia y Holanda en 2005.
Conseguir por la vía de consultas populares que 27 naciones se pongan de acuerdo es un desafío ciclópeo, con resultados inciertos. Más fácil es bajar la vara y plantear objetivos reformulados con menos ambición. La reunión cumbre de la semana pasada, a la que asistieron presidentes y primeros ministros, hizo precisamente eso. Atrás quedó la propuesta de una Constitución, aunque ello no impedirá que los europeos cuenten con un Presidente/a y un ministro de Relaciones Exteriores. ¿Esta decisión significa que los diversos Estados europeos renuncian a sus respectivas políticas internacionales? La próxima vez que surja una disyuntiva como la que enfrentó Europa antes de invadir Irak, en 2003, ¿cabe esperar que actuarán de consuno? La verdad es que no. Los británicos dijeron que en ningún momento renunciaban a su libertad de acción para asegurar sus intereses mundiales. Los franceses fueron menos explícitos, pero pensaban lo mismo. Si los países no están dispuestos a subordinarse a una política común, ¿para qué sirve tener un único ministro de Relaciones Exteriores?
En el complejo proceso de ajustar realidades tan variadas como las que van del mar Báltico al Mediterráneo, o del Atlántico hasta Rumania, con países con historias e intereses tan disímiles, es complejo formular políticas comunes. Lo que sí es posible, o al menos más fácil, es velar por la aplicación de aquellos aspectos en que existe acuerdo. Y esta será la misión del flamante ministro de Relaciones Exteriores. Además es frecuente que al interior de cada país, como ocurre también en Chile, haya muchas opiniones en cuanto a cómo conducir las relaciones con el resto del mundo. En todo caso, el ministro supraeuropeo contará con un nuevo servicio diplomático y tendrá un grado de autonomía, actuando en consulta con el Consejo de Europa, integrado por los jefes de Estado y de Gobierno.
Las diferencias entre los enfoques económicos son transversales y sorprendentes. A veces parece el mundo al revés. Así, por ejemplo, el derechista recién electo Presidente francés, Nicolas Sarkozy, cuestionó la cláusula sobre la primacía del libre mercado. El Mandatario galo tiene en mente el importante papel que juega el Estado en el ordenamiento económico de su país. ¿Quién le salió al paso exigiendo plena libertad para los agentes económicos del sector privado? Tony Blair, hasta esta semana el líder del Partido Laborista –o socialista– británico. Sobre este punto existen posiciones divergentes al interior de los países, así como entre ellos.
El grueso de los políticos participantes, como suele ser el caso, salió del encuentro clamando victoria para sus respectivas reivindicaciones nacionales. Europa dio un paso adelante en la construcción del aparataje que le permitirá funcionar luego de un par de años de estancamiento. Habrá que ver en la práctica cómo operarán las nuevas instituciones que entran en funciones en el 2009, pero lo que quedó en evidencia, en la reunión realizada en Alemania, es que el entusiasmo por un súper Estado europeo se ha enfriado. Si se consultara a las ciudadanías, muchas responderían de manera negativa a semejante propuesta. Por eso, todos los acuerdos, incluso algunos de gran alcance constitucional, fueron adoptados de tal forma que no exigen a los gobiernos llamar a nuevos referendos para adoptarlos.
En varios países hay un enfriamiento de los sentimientos europeístas. Las burocracias gobernantes lo saben y por ello resolvieron no insistir en una Constitución y en aprobar nuevas leyes, sino que solamente orientaciones, y dejar como optativos una bandera y el himno común. Claro que los símbolos existentes, como la bandera azul con el círculo de estrellas amarillas y la canción basada en la sinfonía coral de Beethoven, siguen vigentes, pero sin obligatoriedad. Europa avanza, pero en marcha lenta.

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